Club de Cuervos – Una temporada de segunda

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El día de ayer, viernes 9 de diciembre, se estrenó la segunda temporada de Club de Cuervos, y como soy un pinche avorazado me la aventé toda en un día. Tampoco es la gran cosa, son apenas 10 episodios de aproximadamente 40 minutos cada uno. Pero en fin, les anticipo que el resultado final fue verdaderamente decepcionante y me dedicaré a reventarlo durante los próximos párrafos.

Hace año y medio se estrenó la primer temporada y mis expectativas eran bajas. Primero que nada, por malinchismo puro creía que en México le daríamos en la madre al prestigioso sello de «Netflix Original», y segundo, me caga Luis Gerardo Méndez. Para mi sorpresa, los primeros trece episodios terminaron por gustarme mucho. Mis ganas por conocer el rumbo que tomaría la historia en su continuación eran auténticas.

Pasaron los meses y Netflix, fiel a su costumbre, nos comenzaba a envolver en una nueva temporada mediante una campaña publicitaria sobresaliente. Trailers, el color de Faitelson, una canción de los Tres Tristes Tigres, ruedas de prensa, la presentación del nuevo uniforme y la transmisión «en vivo» por cuervos.tv del partido en donde el equipo de Nuevo Toledo se jugaba su permanencia en la primera división fueron algunos de los contenidos que me orillaron a contar los días esperando el 9 de diciembre.

Pero todo valió madre, la segunda temporada es basura.

Vamos a comenzar con los dos protagonistas. En la primer temporada conocimos a Salvador AKA «Chava» y a Isabel, medios hermanos que si bien encarnaban los clichés de mirrey ingenuo y de mujer cabrona respectivamente, mantenían cierto grado de humanindad que los acercaba al mundo real. En muchas ocasiones te identificabas con su manera de actuar y era sencillo tomar partido por alguno de los dos. Ahora esto se va a la mierda.

En la segunda temporada vemos a ambos exagerando de manera terrible a sus personajes, mostrando comportamientos completamente irreales. El carisma que presentaron en los primeros episodios desaparece por completo, por lo que ambos pasan a dar hueva. Tengo la impresión que los escritores nos quisieron meter la idea en la cabeza de que la guerra de egos en la que participan terminó por volverlos locos, pero lo manifiestan de una manera tan extrema que termina por ser poco, o nada, creíble.

Y no queda en ellos. Félix Domingo dejó de ser el filósofo romántico del fútbol que alguna vez nos sedujo para convertirse en un directivo douchebag que nadie se lo cree. El otro Hugo Sánchez dejó de ser un recurso cómico ocasional para convertirse en una carga tediosa. A Mary Luz Solari le buscan dar una historia más allá de ser una simple gold-digger, fracasando en el intento. Todas las sub-tramas relacionadas a los jugadores dejaron de ser entretenidas para apestar. Y un largo etcétera.

El ritmo es otro problema. Los primeros episodios son lentos, difíciles, con el equipo emproblemado. Y luego, ejecutando un par de acciones de manera rápida, el panorama da un giro de 360 grados en automático, dejando al espectador sin oportunidad de digerir o entender al 100 el porqué se presenta un cambio tan radical.

Y dándole vueltas creo encontrar el por qué. En la segunda temporada de Club de Cuervos se hace a un lado el futbol, lo que más me gustó de la primera. Ahora, el esfuerzo por mostrarnos desde distintos ángulos lo que acontece dentro del equipo pasa a un segundo plano. La mayor parte del tiempo es invertida en arcos argumentales baratos y cada vez más alejados de las canchas.

En la primer temporada disfruté mucho la sátira que se le hace a nuestro futbol profesional, cosa que ni de pedo logran en esta ocasión. También olviden aquellas tomas dentro del estadio del Pachuca en donde el equipo de producción hacía un esfuerzo notable por mostrarnos desde el mejor ángulo posible los highlights de cada partido. Ahora, si bien nos va, somos testigos de jugadas lentas y pésimamente ensayadas.

En conclusión: La cagaron. Club de Cuervos dejó de ser un proyecto innovador e interesante que usaba el futbol profesional para hacer una crítica sumamente creativa al sistema social mexicano para convertirse en una novela latinoamericana cualquiera, de esas que pasan por Galavisión a la hora de la comida.

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